Mnemósine







La agrupación de los espíritus del pueblo constituye un ciclo de figuras que ahora abarca la naturaleza toda y todo el mundo ético. También ellos se hallan bajo el mando supremo de uno más que bajo su suprema autoridad. Para sí, son las sustancias universales de lo que un sí es y hace la esencia autoconsciente. Y ésta constituye la fuerza, y ante todo, por lo menos, el punto medio en torno al cual se afanan aquellas esencias universales y que por el momento parece entrelazar contingentemente sus negocios. Pero el retorno de la esencia divina a la autoconciencia es lo que contiene ya el fundamento por virtud del cual ésta forma el punto medio para aquellas fuerzas divinas y oculta de momento la unidad esencial bajo la forma de una amistosa relación exterior.

La misma universalidad que corresponde a este contenido tiene también necesariamente la forma de la conciencia, forma bajo la que aparece. No es ya el obrar real del culto sino un obrar que no ha sido elevado todavía al concepto, sino solamente a la representación, en la conexión sintética de la existencia autoconsciente y de la existencia exterior. La existencia de esta representación, el lenguaje, es el lenguaje primero, la epopeya como tal, que encierra el contenido universal, por lo menos como totalidad del mundo, aunque no, ciertamente, como universalidad del pensamiento. El aeda es el singular real, que, como sujeto de este mundo, lo engendra y lo sostiene. Su pathos no es la fuerza natural, aturdidora, sino la Mnemósine, la introspección y la interioridad devenida, la reminiscencia de la esencia anteriormente inmediata. El aeda es el órgano que en su contenido tiende a desaparecer; lo que vale en él no es su propio sí mismo, sino su musa, su canto universal. Pero lo que de hecho se da es el silogismo, en el que el extremo de la universalidad, el mundo de los dioses, se entrelaza por medio de la particularidad con la singularidad, con el aeda. El medio es el pueblo en sus héroes, los cuales son hombres singulares como el aeda, pero solamente hombres representados y, con ello, al mismo tiempo, universales, como el libre extremo de la universalidad, los dioses.


G. W. F. Hegel,  Fenomenología del espíritu. Fragmento del capítulo La epopeya. Su mundo ético. Traducción de Wenceslao Roces




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En Mnemósine hay algo misterioso, algo oculto, callado y profundo que emerge con claridad de la oscuridad y del sueño. Es una de las fuentes de la vida, que mana silenciosa y suavemente. En esta hija de Urano y de Gea el devenir titánico es el más silencioso y no está dirigido hacia fuera sino hacia dentro.
A primera vista puede, tal vez, parecer extraño encontrar a Mnemósine en el círculo de las titánides. Pero así como en Océano se hace visible un perpetuo ciclo que existe en sí mismo, un retorno de lo igual que en incesante fluir llena el círculo, así también en Mnemósine existe un retorno, pues como señora de la memoria y del recuerdo administra aquella fuerza, aquella capacidad que en la mente vuelve a hacer surgir las copias de lo existente y provoca que retorne el pasado en la imagen. Sea cual sea el tipo de imágenes y repeticiones, todas proceden del devenir titánico. Mnemósine es una auténtica hermana de Crono. Es voluntad de Crono conferir una duración ilimitada al devenir titánico o provocar que gire en círculo tal y como lo hace Océano. No desea el futuro, que según la sentencia de Gea no le pertenece a él sino a su hijo. Y también Mnemósine, en cuanto vive en el reino de Crono, no sabe nada de este futuro. Se inclina sobre sí misma y repite en el pensamiento algo que siempre ha pasado y siempre retorna. La memoria es de tal naturaleza que sólo es posible a través de la experiencia, en cuanto que la experiencia es repetición y presupone la posibilidad de repetir el acontecimiento.
Beocia era el territorio en el que se veneraba en particular a Mnemósine, y en Eleuteras y Tespia se encontraba la sede principal de su culto. De ella se cuenta que en una ocasión en Eleuteras liberó a Dioniso de su éxtasis, es decir, le devolvió la memoria. Pausanias relata de ella otras muchas cosas. Quien desee descender al santuario y oráculo subterráneo de Trofonio, que se encuentra en Beocia, es llevado de entrada a las fuentes de agua. Deberá beber del agua de Lete para olvidar todo aquello que había pensado hasta ese momento, y del agua de Mnemósine, que le hará recordar lo que ha visto y experimentado al descender al santuario. Cuando retorne estará tan impregnado de terror que en un primer momento no sabrá nada de sí mismo ni reconocerá su entorno. Pasará un tiempo antes de que Mnemósine acuda en su ayuda, hasta que vuelva en sí y sea capaz de reírse de nuevo.
La caída de los titanes transforma a Mnemósine. Se convierte en amante de Zeus, junto al que permanece durante nueve noches en Pieria y por el cual se convierte en madre de las nueve musas. De ahí toman su nombre las noches piéridas, noches en las que, al igual que en las musas, se engendra también toda obra inspirada por ellas. Son también piéridas las noches en las que la memoria titánica se transforma en memoria inspirada por las musas. Mnemósine, como madre de las musas, también llamadas mnemónidas, es madre del recuerdo que inspiran. Este tipo de recuerdo inspirado al que contribuye la memoria, que es el más elevado, surge del abrazo de Zeus y Mnemósine y sale a la luz en las musas.
Se dice que al principio sólo había una musa, que después fueron tres y al final nueve. Esto demuestra que se hicieron visibles una después de otra, tal como lo concibe y especifica en las artes la memoria inspirada por las musas. Allí donde se presentan, las musas están unidas y forman un coro bellamente ordenado. Las tres musas cuyo culto introdujeron por primera vez en el Helicón los alóadas Oto y Efialtes se llaman Melete, Mneme y Aoide; sus nombres designan aquello en lo que reside toda obra de las musas, a saber, la reflexión, la memoria y el orden melodioso. En las musas se observa el placer que sienten con el agua, de modo que posteriormente se las llama pimpleidas, según la fuente Pimpleia. También reciben otras denominaciones, tomadas de fuentes, cuevas y montañas. El Helicón es su morada predilecta; se bañan en los ríos Olmio y Permeso, en las fuentes Aganipe e Hipocrene. Se las encuentra en el Pindo, el Citerón, el Parnaso, donde beben de la fuente de Castalia. Humedecen la lengua de Zeus con el rocío para que sus palabras fluyan con suavidad de su boca. Esta relación con el agua, con las ondas, también la tiene Mnemósine, con la que se relaciona el conocimiento del ritmo y de la periodicidad. Su memoria contiene todo lo rítmico, tal y como se hace patente en la corriente circular de Océano. Mnemósine no es madre de la memoria mecánica y lógica sino de la ingeniosa, que se apoya en la percepción de estructuras rítmicas. El ritmo es retorno y lo que retorna rítmicamente está bajo la tutela de Mnemósine. Por tanto, también depende de ella el lenguaje rítmico.
El himno de Hölderlin que lleva como título Mnemósine trata de la memoria inspirada por las musas.

De genio audaz,
hábito constante de la inmóvil Salamina, 
en el extranjero murió el gran Áyax.
Patroclo, en cambio, con la armadura de rey. Y también muchos otros
murieron. Pero en el Citerón estaba 
Eleuteras, la ciudad de Mnemósine, a quien,
habiéndose quitado el manto, después el dios nocturno soltó 
los bucles. Los celestiales, a saber, se enojan 
cuando uno no se ha contenido, 
cuidando el alma pues debe hacerlo; a éste 
al punto le falta el pesar.

Éste es el significado: al soltar el nocturno Zeus los bucles de Mnemósine, también suelta el sufrimiento, que surge y retorna por un hondo sentimiento de apego al pasado. Suaviza lo titánico en Mnemósine, la gravedad del recuerdo. Y a esto se refiere el final. A los dioses no les gusta que el hombre con todo su ser se extinga en la Mnemósine titánica, en el conjuro retornante de lo pasado y en el pesar por la pérdida. Un pesar como éste acaba mal. También en el pesar se acerca el hombre a lo titánico.

Friedich Georg Jünger, Los mitos griegos. Traducción: Carlota Rubies 




1 comentario:

  1. Maravilloso extracto, gracias Gabriel, y veo próximo, en una superposición de ideas al gran Bergson que dice que la duración es creación continua de novedad.
    Abrazo
    k

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